Antiguallas y novedades en el repertorio de las bandas en el Certamen de Valencia (CIBM.CV)

Abucheos, tanganas, improvisaciones.

¿ Que recibe el público de un recital, los oyentes de una retransmisión musical, los asistentes a un festival ? ¿ Qué provoca su aplauso o su rechazo ? Creo que a veces el público aprecia la obra, otras veces los oyentes valoran la interpretación y en ocasiones juzgan las dos cosas. Me explico.
Cuando la orquesta o la banda o el grupo de cámara o el solista eligen ofrecer una obra conocida del público por su antigüedad o por su popularidad, lo que el público valora es el nivel interpretativo de la formación en cuestión. Tomemos el ejemplo del “Bolero“de Ravel, estrenado en su formato original de ballet el 22 de noviembre de 1928. Han pasado 96 años, más de mil discos y millones de visualizaciones y audiciones y… la gente sigue aplaudiendo a rabiar cada vez que se interpreta. Bueno, no siempre: la Filarmónica de Viena salió abucheada del Auditorio de Madrid después de una interpretación especialmente calamitosa. Aunque sea en sentido negativo, esta anécdota apoya mi argumento.
Las obras poco frecuentes, las más nuevas, las que aún no han entrado en ese museo imaginario que contiene el repertorio habitual, lo tienen peor. Sus oyentes las juzgan por la experiencia emocional e intelectual que en ellos provocan, sea positiva o negativa. Otra cosa es que aplaudan por mera fórmula, por compromiso. No ocurrió así con “La Consagración de la Primavera” en cuyo estreno, el 29 de mayo de 1913, se produjo una tangana entre el público de las que hacen, literalmente, época. Lo de menos fue la interpretación de la orquesta. La gente no entendió el solo inicial del fagot y pateó la coreografía, el vestuario y la obra, que enfrentó a tirios y troyanos durante algún tiempo.
Se ha comprobado que el aficionado a la música prefiere obras conocidas. Pero si siempre se recurriera al repertorio habitual, el que contiene ese museo virtual de antiguallas sonoras, no tendría sentido la música contemporánea y la interpretación que los compositores actuales hacen del tiempo en que vivimos.

¿ En qué ocasiones se somete al público a un tiempo una obra y su interpretación ? Siempre que se improvisa. Da igual que esa improvisación se ejecute en los periodos clásico y romántico a que se elabore en mitad de un concierto de jazz. Cuando asistimos a la versión que Bill Evans hace al piano solo de “Some Other Time”, la triste despedida en el acto final del musical On the Town (Leonard Bernstein, 1945) estamos apreciando no sólo la música de la pieza de Bernstein, sino también la inventiva melódica y sobre todo armónica de Evans. ¿ Qué decir de la cadencia de su propia invención que María Dueñas aporta al larghetto del Concierto de Beethoven ? Pues eso.
No se me escapa una paradoja: cuanto más popular y conocida es una obra, cuantas más veces se ha interpretado, más arriesgada es su interpretación. Volveré más tarde sobre esto.

¿ Qué tiene que ver esa aburrida introducción con el CIBM.CV ?
Bueno, en la entrada anterior examiné en la procedencia de las bandas y de las obras que interpretaron en las ediciones del Certamen de Valencia desde 2000. En esta entrada me centro en la novedad o la ranciedad de las obras interpretadas en ese mismo período. Naturalmente, dejo de lado las obras de calentamiento (usualmente pasodobles) y examino por separado las piezas libres, que cada banda aporta, y las obligadas, que la organización del Certamen impone en cada edición.

Venerables fósiles (sin asomo de menosprecio).

De las 366 obras interpretadas por las bandas competidoras en el CIBM.CV entre 2000 y 2023, 14 fueron compuestas antes de 1900. Este grupo incluye desde las oberturas de La Gazza Ladra (Gioacchino Rossini, 1817) y Los Esclavos Felices (Juan Crisóstomo Arriaga, 1820) al intermedio de El Baile de Luis Alonso (Gerónimo Jiménez, 1896). La obra de Rossini la eligió en 2010 la Banda Municipal de Ejea de los Caballeros. La Sociedad Artístico Musical de Pozo Estrecho (Murcia) eligió en 2003 la obra de Arriaga. Por el grupo de obras del siglo XIX también desfilan oberturas de opereta y composiciones de Tchaikovsky o Mahler.
Cinco formaciones diferentes han interpretado la Sinfonía llamada Titán en otras tantas ediciones.

La diferencia importa.

Para comparar diversas ediciones del Certamen de Bandas de Valencia he recurrido a obtener las diferencias entre el año de composición de una obra y el año de su interpretación. Dejo de lado las anteriores a 1900, claro, y también distingo entre las obras de libre elección y las de obligada ejecución.
Veamos: en la edición de 2000 las bandas de todas las categorías interpretaron 22 obras libres. La más antigua era la suite de El Pájaro de Fuego, que Stravinsky estrenó en 1910 y que cumplió en el momento de su ejecución 90 años. La más moderna era la sinfonía “Raíces”, que Juan Colomer había compuesto para la Sociedad Musical de Alzira en 1998 y tenía, por tanto, una antigüedad de sólo 2 años. Pues bien, el conjunto de las 22 obras libres interpretadas en la edición del CIBM.CV de 2000 tenía por término medio una antigüedad de 37 años.
Con el transcurso de las ediciones, las obras libres son cada vez más modernas. En 2001 la antigüedad media se había reducido a menos de 19 años, en 2012 fue de 10 años y en la última edición, de 2023, las obras tenían una antigüedad media que no llegaba a los 9 años.
¿ Y las obras obligadas ? Un chasco total y resultados extraños. En el año 2000 la antigüedad promedio superaba los 19 años. Al año siguiente era sólo ¡¡¡ de 3 años !!! Pepe Suñer había compuesto Vasa en 1999 y tanto Polifemo (Andrés Valero) como Música para Banda (Juan Vicente Más Quiles) eran obras del 2000. En 2022 a alguien se le ocurrió programar Dionisiaques, una composición de 1910 y, claro, la antigüedad media de las obras obligadas subió ea 40 años. Y eso que Jordi Peiró había compuesto The Witcher, la obra obligada en segunda sección, justo para la edición de 2022…

El tamaño también importa, pero menos.

Las obras libres presentadas por las bandas son igual de antiguas o modernas en tercera, segunda o primera. Sin embargo, la bandas que compitieron en la sección de honor presentaron obras muy modernas en algunas ediciones. La segunda sinfonía de Luis Serrano (2017) o la séptima de Salvador Brotóns (2018) fueron interpretadas en 2019 y fueron también muy modernas las obras, casi todas sinfónicas, que las bandas mayores interpretaron en 2023. En contraste, en 2022 la Unió Musical de Benaguasil eligió las “Feste Romane” (Respighi, 1928) y restó así modernidad al programa, al que la Primitiva de Liria aportaba la Sinfonía Memorial, compuesta sólo dos años antes por José Alamá.
La antigüedad media de las obras elegidas por la organización del certamen para su ejecución obligada es muy superior. En 2019 fue de tres años y en 2023 de más de 22 años.
Me niego a seguir mareando con años, diferencias, ediciones y ranciedades. Paso a concluir.

Entonces… (la expresión típica de Luis Angel de Benito).

Si el repertorio del Certamen de Bandas de Valencia es un reflejo de las decisiones artísticas de las bandas (que como ya se vio son muy mayoritariamente valencianas) hay que felicitar a las formaciones participantes, porque eligen obras significativamente más modernas que aquellas que la propia organización del certamen impone. Y ello a pesar de que afortunadamente las obras obligadas son de encargo, por tanto recientes .
Es posible que, de esta forma, las bandas quieran eludir la interpretación de obras conocidas, con pasajes especialmente arriesgados que todo el mundo conoce. Yo lo dudo. Elegir una obra “clásica” del repertorio de bandas, que ha desfilado por los atriles durante décadas, significa hacer énfasis en la interpretación de una pieza familiar para el público y tiene algo de desafío, de plante. Elegir una obra nueva multiplica el esfuerzo y el número y la intensidad de los ensayos, pero significa aportar al repertorio una composición ajustada a las tendencias actuales, ya sean estéticas o de otro tipo.
Las obras interpretadas en un certamen como el de Valencia deberían servir como propuestas para que el resto de las formaciones las incorporen a sus habituales programaciones. De hecho así es como sucede. En consecuencia, la interpretación de obras nuevas es un mérito tanto del Certamen en conjunto como de las bandas competidoras. Para la edición de 2024 se han elegido para su interpretación obligada obras compuestas en 2017 (L’Arbreblanc de Pere Vicalet) en 1988 (Ceremonies, de Ellen Taaffe Zwilicih) en 2011 (Sucro Oppidum, de Javier Martínez Campos) y en 2018 (Cerulean Overture, de Julio Domingo). Una antigüedad media de unos 16 años. Bueno… la vitoria en la primera edición, en 1886, se la llevó una banda con una obra compuesta en 1829.

Finale.

El 17 de marzo de 2024, la Big Band de la Westdeutscher Rundfunk ofreció los arreglos que su director, Christian Elsässer, ha realizado de algunos fragmentos de Beethoven. La versión de la sonata Patética me gusta especialmente. Y el momento en que los trombonistas cambian su instrumento por el bombardino mientras los saxos hacen lo propio con las flautas es realmente especial. No cambio la Kölner Philharmonie por el Carnegie Hall ni de lejos.